Clint Eastwood siempre ha sido uno de los máximos exponentes del cine de este tipo. El día que Clint Eastwood reinventó el género western.
Si nos paramos a pensar detenidamente en el género western probablemente acudan a a nuestra cabeza un puñado de nombres, como John Wayne, John Ford o Sergio Leone, y también un buen puñado de títulos como La Trilogía del dólar, La diligencia o los filmes protagonizados por Clint Eastwood. Y es que el actor estadounidense invirtió buena parte de su carrera profesional en el género del Oeste, ya fuera prestando sus servicios como actor o situándose detrás de las cámaras en algunos de ellos.
Sin embargo, no fue hasta principios de los años 90 cuando su ya consolidada condición de pistolero daría un vuelco. Sin perdón llegó a las salas de cine en 1992 y en ella Eastwood aunaba las dos facetas: la de cineasta y la de actor protagonista, un vaquero con malas pulgas venido a menos. Su sinopsis oficial reza así: «William Munny (Clint Eastwood) es un pistolero retirado, viudo y padre de familia, que tiene dificultades económicas para sacar adelante a su hijos. Su única salida es hacer un último trabajo. En compañía de un viejo colega (Morgan Freeman) y de un joven inexperto (Jaimz Woolvett), Munny tendrá que matar a dos hombres que cortaron la cara a una prostituta».
Una reflexión sobre la crueldad
Ya con esta sencilla premisa podemos apreciar una diferencia fundamental. Eastwood deja de ser ese pistolero sin escrúpulos que cautivó a los espectadores a mediados de los 60, sino que esta vez la familia y la viudedad pesan más que el viejo sentido de la justicia que una vez guio sus pasos. Su actitud pusilánime dista, también compartida por el personaje de Morgan Freeman, dista mucho de la de un chaval que se tropieza en su camino y que arde en deseos de demostrar su habilidad con el revólver.
Sin perdón es, por encima de todo, una reflexión profunda sobre la crueldad. El personaje de Gene Hackman, un sheriff despiadado dispuesto a pisotear a cualquier forastero con tal de hacer valer su autoridad, representa el exceso, el lado más inhumano de una realidad ya de por sí injusta. Gracias a una magistral interpretación, Hackman despierta odio en el espectador porque, al contrario que los vaqueros clásicos de Sergio Leone, no tiene ningún motivo de peso para hacer el mal.
Sin perdón es una película profunda, quizá el primer western en el que prima un componente introspectivo y crítico por encima de la acción, que tampoco se echa en falta en los últimos compases de la cinta. Eastwood continúa fiel a su cine, un cine que toma prestadas situaciones de la idiosincrasia estadounidense y las dota de una enseñanza que hace preguntarse al espectador por los límites del ser humano.
