El director se atrevió a introducir su sello personal. El día que Tarantino se rió del mejor género cinematográfico de la historia
Si hay algo en lo que todos los críticos pueden estar de acuerdo sobre Quentin Tarantino es que disfruta de cada película como si fuera la última. El director estadounidense cuida cada línea de diálogo, diseña cada personaje y enmarca cada escena con el mimo que solo tienen aquellos a los que les entusiasma lo que hacen. Y también aquellos que tienen confianza plena en que su proyecto saldrá adelante y llegará a buen puerto.
Por eso, los fans de Tarantino se mordieron las uñas de pura impaciencia cuando el cineasta anunció en 2011 que su próxima obra sería un homenaje al conocido como spaghetti western, películas del Oeste de directores italianos, caracterizadas por una violencia extrema y un ritmo desenfrenado que entonces desentonaba con la parsimonia de las cintas de otros grandes del género como John Ford y Howard Hawks. En otras palabras, la variante italiana del Oeste parecía hecha a la medida de Tarantino, que un año después cumpliría su palabra.
El trasfondo inesperado de Tarantino
Django desencadenado vio la luz en 2012 y estuvo protagonizada por Jamie Foxx en el papel de Django, un personaje creado en 1960 por Sergio Corbucci e interpretado por un Franco Nero que reazlia un cameo en la película de Tarantino. Su sinopsis oficial reza así: «En Texas, dos años antes de estallar la Guerra Civil Americana, King Schultz (Christoph Waltz), un cazarrecompensas alemán que sigue la pista a unos asesinos para cobrar por sus cabezas, le promete al esclavo negro Django (Jamie Foxx) dejarlo en libertad si le ayuda a atraparlos. Él acepta, pues luego quiere ir a buscar a su esposa Broomhilda (Kerry Washington), esclava en una plantación del terrateniente Calvin Candie (Leonardo DiCaprio).
Django desencadenado es una película muy peculiar dentro de la filmografía de Tarantino. Y es que se trata de la primera cinta del afamado director que contiene un claro trasfondo social. Este se basa en los años previos al estallido de la Guerra de Secesión y cómo, con los ánimos tan caldeados, el racismo era una cuestión más candente que nunca.
Sin embargo, ni siquiera un mensaje tan profundo es suficiente para que Tarantino abandone sus dosis de humor, disparates y locura. Al igual que sucede en otros filmes como Malditos bastardos, la acción, la sangre y la violencia están servidas por doquier, pero esta vez, además de deleitarnos con los gritos de agonía y el olor de la pólvora, tomémonos un tiempo para mirar más allá. Porque encontraremos oro.
