Es un período histórico poco explorado en la historia del cine. Esta es una de las mejores películas para entender la América precolombina
La América precolombina es uno de los períodos históricos que menos atención ha recibido por parte de los grandes directores y por la industria cinematográfica en general. Apenas una docena de guionistas han encontrado inspiración en esta época de génesis del continente americano para poder ambientar sus historias, dejando, a la postre, un reguero de preguntas sin responder, un vacío cultural que solo las cuestiones académicas se han atrevido a responder.
Quizá sea porque el Oeste ha ocupado ese hueco. La heroicidad del Destino Manifiesto, la conquista del Oeste repleta de estereotipos más propios de la ficción que de la realidad, como forajidos, bandoleros, indios, vaqueros, tahúres, etc., ha supuesto un caldo de cultivo mucho más propicio para reflejar episodios del pasado de Estados Unidos en la industria de Hollywood. Sin embargo, sí que ha habido un puñado de directores que se han lanzado a este territorio inhóspito y han tratado de acercar al espectador sus secretos mejor guardados.
La ambientación
Es el caso de Los dientes del diablo, una película estrenada en 1960 como uno de los últimos trabajos de Anthony Quinn. La sinopsis oficial reza así: «Inuk (Anthony Quinn) se siente solo en su iglú, pues, no tiene a una mujer que le haga «reír»… pero la vida va a mostrarse generosa con él, y pronto llegarán dos guapas muchachas entre las que tendrá el privilegio de elegir. Las costumbres y los grandes valores de su cultura, van a quedar bellamente recreados». El proyecto lo firmó Nicholas Ray, la batuta detrñas de cintas tan geniales como Rebelde sin causa, 55 días en Pekín o Johnny Guitar, todas ellas rodeadas de ese halo de misticismo y épica que siempre ha rodeado a la mitología americana.
SI hay algo que destaca en Los dientes del diablo es la ambientación, esa atmósfera cubierta de nieve que nada tiene que envidiar a la película ganadora de los Goya de Juan Antonio Bayona, y que se grabó más de sesenta años antes.
Por supuesto, el trabajo de Quinn como esquimal profundamente aferrado a sus raíces vuelve a ser encomiable. El protagonista es capaz de llevar por sí solo el peso del filme, haciendo de una película aparentemente monótona una acertada aproximación al modo de vida de algunas tribus de Norteamérica.