Christopher Nolan vuelve a apostar por un drama épico y de cocción lenta al estilo Interestellar, donde prima el desarrollo del personaje principal.
El pasado 20 de julio, el mismo día que Barbie de Greta Gerwig llegó a la gran pantalla, Christopher Nolan estrenó Oppenheimer, una película millonaria centrada en la figura del artífice de la bomba atómica detonada sobre Hiroshima y Nagasaki en septiembre de 1945, que puso fin a la Segunda Guerra Mundial.
Sin embargo, la cinta no solo pivota en torno al momento del lanzamiento sino que se remonta mucho más atrás, hasta los inicios profesionales del doctor J. Robert Oppenheimer, sus coqueteos en la política, sus relaciones con altos cargos de la ciencia y el juicio al que se vio sometido tras las dos explosiones.
En pocas palabras, Nolan trata de abarcar demasiado terreno y, cuando se trata de un filme de 180 minutos, el metraje ha de contar con un gancho lo suficientemente potente para que el espectador no despegue la vista de la pantalla y decida cabecear en su butaca. En Avtar, de James Cameron, por ejemplo, son los efectos especiales los que cumplen esa función de cebo constante. En Forrest Gump, de Robert Zemeckis, es la insuperable interpretación de Tom Hanks.
En Oppenheimer es el concienzudo papel de Cillian Murphy, que encarna al científico protagonista en una actuación extremadamente comedida y poco expresiva, con visibles esfuerzos de contención. Y es que, a pesar de tres horas en las que el espectador se calza sus botas, Oppenheimer continúa siendo, a pesar de todo, un personaje enigmático, frío y hermético en lo referente a su vida privada. Nolan logra con creces su objetivo: proporcionar a los espectadores tantas respuestas como nuevas preguntas.
El resto del elenco, conformado por actores de la talla de Emily Blunt, Matt Damon, Rami Malek o Florence Pugh, aportan al filme ese componente más emocional y «humano» que tanto desentona con la personalidad del personaje principal. Es a través de ellos que el espectador consigue empatizar y sentirse identificado con las situaciones mundanas, alejadas de pizarras atestadas de números ininteligibles.
Finalmente, el apartado fotográfico merece una mención especial. Las nubes de fuego resultantes de las explosiones están grabadas a cámara lenta y son de una belleza hipnótica, como los flashbacks sobre la fisión de los átomos. En definitiva, Oppenheimer podría competir con Barbie para ver quién de los dos se encaramará antes al pódium de los Oscar.
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