Hay una cinta que hizo que toda una generación se interesara por leer. La película que despertó el amor por la lectura de una generación
Existen películas que han marcado nuestra infancia con un hierro candente, que nos han hecho soñar con lugares mágicos, con personajes imposibles de concebir, con comidas milagrosas, con reinos lejanos, con planetas inhóspitos. El talento de los escritores y guionistas infantiles nunca ha conocido límites, al igual que su prodigiosa imaginación. Sin embargo, hay una película que ha indagado un tema muy distinto sin dejar de renunciar al componente fantástico.
Se trata del amor por la lectura. Roald Dahl supo transmitir mejor que nadie a toda una generación de niños nacidos en los 90 y 2000 que leer era la actividad más maravillosa de cuantas se podían realizar, que permitía a aquellos que la practicaban con asiduidad vivir muchas vidas al margen de la suya. Fue el último alegato que lanzó dos años antes de que un brote de leucemia pusiera fin a su prolífica obra y a su apasionante vida privada.
Para todos los públicos
En 1988 vio la luz Matilda, y en 1996 el actor Danny DeVitto decidió llevarla a la gran pantalla asumiendo el rol de director. La sinopsis oficial reza así: «Matilda Wormwood es una niña muy curiosa e inteligente, todo lo contrario que sus chabacanos padres, que suelen ignorarla y despreciarla. Tras descubrir que posee poderes telequinésicos, llega a la conclusión de que podría usarlos para hacer el bien, ayudando a los que están en dificultades, pero también para castigar a las personas crueles y perversas».
DeVitto nos regala a una Mara Wilson entrañable en su papel protagonista. cuya sonrisa ilumina el celuloide y hace que al espectador se le dibuje una sonrisa involuntaria en la cara. Una actriz memorable para una película que no dejará a nadie indiferente. Matilda ama los libros pero en su cuerpo no hay un solo resquicio de maldad, lo que nos lleva a plantearnos si de verdad estanos haciendo las cosas bien.
Matilda es, ante todo, una ficción para todos los públicos. Y es que entre las líneas del guion también puede inferirse un mensaje suprepticio y ligeramente oscuro sobre las consecuencias de la violencia escolar, sobre el viejo axioma de «la letra con sangre entra» y sobre la forma correcta de educar a los niños.
A veces la injusticia sacude el mundo de los adultos y son los más pequeños los que, con su mirada virgen, aportan una chispa de lucidez a un mundo que, de otra manera, estaría sumida en la más negra oscuridad.