La nueva película de Jason Statham ofrece un buen surtido de acción en un guion muy pobre.
Megalodón 2: la fosa ha llegado a las salas de cine dispuesta a convertirse en una de las películas del verano. Y es que, como es bien sabido, la programación durante el período estival brilla por su ausencia y la de la cartelera no es la excepción. Conocedor de esta circunstancia, su director Ben Wheatley -conocido por otros proyectos como Rebecca, que no han recibido críticas muy halagüeñas- decidió posponer su estreno a agosto a fin de convertir su nuevo blockbuster en una fuente de ingresos.
Nada se puede achacar a ese respecto. Con unas cifras envidiables, Megalodón 2: la fosa se ha convertido en un auténtico taquillazo a falta de otras alternativas más jugosas en verano, en la que abundan los productos de consumo rápido.
El filme, protagonizado por Jason Statham, incurre en los mismos errores que la mayoría de películas recientes que veras sobre temática zombie o extraterrestre: la ficción pesa sensiblemente más que la realidad. Al igual que su predecesora, la secuela de Megalodón nos muestra las fauces abiertas de una bestia sin parangón, tan descomunal como inverosímil.
Y es que el ingrediente secreto que confiere sabor a este tipo de cintas es precisamente la conexión de la trama con la realidad, ya sea a través de las evidencias científicas en las que se basa la ficción como una moraleja trascendente al final del filme que desplaza por unos minutos todo cuanto el espectador ha visto y lo deja reflexionando sobre el mundo en el que vive.
Megalodón 2 no tiene nada de eso. Simplemente es consecuente con la filmografía repleta de acción de su actor principal. Statham no decepciona a la hora de propinar bofetadas a todo enemigo que se cruce en su camino y lo desvíe de conseguir su principal misión: investigar los indicios de una supuesta presencia de un tiburón legendario, el Megalodón.
Al margen de los efectos visuales y las escenas de acción, en la película puede apreciarse un torpe intento de condecerle algo de importancia a la investigación. Wheatley trata de lograr que sus personajes se adentren en una fosa recóndita al más puro estilo de los relatos de H. P. Lovecraft. Pero esta pretensión de explotar el terror a lo desconocido queda desestimada cuando el monstruoso animal irrumpe ante las cámaras una y otra y otra vez.
La atmósfera de tensión, sostenida en el binomio sugerir-mostrar, se quiebra en el momento en el que el elemento que provoca el terror aparece en escena de manera incontrolada y abusiva. En definitiva, Megalodón 2: la fosa es una película para distraerse, para encerrarse en la sala de cine y apagar la mente durante un par de horas. Ahora, si bien se busca una cinta con una doble lectura o un subtexto elaborado, esta no es tu película.
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